JUSTINIANA LA VENTERA
Hernando Vanegas Toloza
Pasaron los días y al tercero apareció Justiniana radiante, vestida con un vestido floreado de flores rojas y fondo no definido, bien maquillada, sus labios gordezuelos pintados de rojo encendido, su cabellera negra cubierta por una pañoleta que hacía juego con el vestido y de la cual emanaba el inconfundible y delicioso olor del aceite de corozo. Sobre la cabeza un trapo enrollado y sobre él una chaza con tapa en cada uno de sus cuatro lados llevaba impreso un proverbio. Recuerdo el impacto que me causó. -"Dulces, dulces, llevo dulces! Ariquipe, meche, chiricanas, almojábanas, cocadas, panelitas de leche, delicados de piña! "-y los niños salíamos gritando: -"Yo quiero, yo quiero" Los niños estábamos felices y emocionados. Íbamos a comer dulces cada vez que Justiniana pasara!"-Los viejos alelados por la majestuosidad de Justi que iba cargando su enorme chaza, sin apoyo de las manos, y cuando tenía un pedido la bajaba de su cabeza y la colocaba en un trípode. -"A ver qué quiere... Mirábamos embriagados de contento tanta variedad de dulces. -A mi una cocada. -"A mi un ariquipe." -"A mi una almojábana..." Leíamos maravillados los mensajes que traían sus proverbios. Nunca olvidaré los primeros cuatro que leí en la chaza: "El que critica sufre", "Camarón que se duerme se lo lleva la corriente", "No mires la paja en el ojo ajeno...", "Haz el bien y no mires a quien". Después fueron miles los proverbios que leíamos en su chaza y no sabemos de donde los sacaba. De ahí en adelante Justiniana, la ventera, se convirtió en parte de nuestra vida. Todos los días pasaba majestuosa, imperturbable, con su chaza en la cabeza, como si el calor y el polvo no la afectaran. Si tú salías tarde y había pasado por tu casa no regresaba a venderte. - "Venga acá que yo ya pasé por allí". Y tocaba ir si querías comer dulces. Ella decía que el único que la hacía regresar era mi papá. "Si es José la Paz, si voy". No sé la razón de su comportamiento con mi viejo. Y así trabajando día a día, con tesón, justamente fue conociendo la vida de todos y cada uno de los pueblerinos. Conoció de chismes, de las infidelidades, de las golpizas que daban los maridos a sus mujeres y algunas mujeres a sus maridos, quién era o no señorita, quién era maricón y se las tiraba de macho... -"mira, más bien no me hagas hablar porque todo el mundo va a saber que a tí te desvirgaron en el paseo al Salto el día de la Candelaria", o, "vacio, gordo no seas tan hablador y jactancioso que tu mujer te está poniendo los cachos Joselito"; o "váchere, Emilito, ahora como te ganaste la lotería te crees de la jaig, jaig", o "no crea que su hija está estudiando en Bogotá, está en un putiadero en la décima" o el de "jua, tú no hables mucho que cuando te emborrachas se te moja la canoa". En fin, Justiniana llegó a conocer profundamente la vida de cada uno de los banqueños. Era la vox populi. Tenía más audiencia que la Voz de El Banco. Y fue creciendo su fama. Cada día eran más y más los que temían la lengua de Justi. No tenía rabo de paja. Nunca se le conoció marido, por lo menos públicamente, aun cuando tuvo un hijo. Nosotros nos fuimos encariñando con ese personaje. -"Justi, déjenos una almojábanas y se las cobra a mi papá". "Está bien, pero ese vergajo nunca me las va a pagar!". A la par iba creciendo su fama de bailarina. No había cumbión, cumbiamba, fandango o fiesta popular a la que no asistiera Justiniana. -"En este pueblo no hay mejor bailarina que yo"- decía a gritos en la rueda de bailadores. De esa manera descalificaba bailarinas excelsas como Genoveva, la mejor de toda la Costa, a la Copona, que vivía de vender cucas, caballitos y alegrías; a Juana Rosa Manzano, la cumbiambera soberana, inmortalizada por José Benito Barros en una cumbia que decía:
"Juana Rosa, Manzano Juana Rosa
Juana Rosa, Manzano Juana Rosa,
era noche de diciembre, noche hermosa,
cuando el círculo de fuego ya giraba,
deslizaba ante los pies de Juana Risa
una hembra que a los hombres embrujaba
y su cuerpo se envolvía en el lamento
que del millo y la tambora se escapaba
y el tribal de sus cabellos, fuego al viento,
con la brisa de diciembre jugueteaba.
Juana Rosa Manzano, cumbiambera soberana,
Rosa Manzano, estrella de la mañana. (bis)
Juana Rosa, Manzano Juana Rosa
Juana Rosa, Manzano Juana Rosa,
y la cumbia carrusel de inspiraciones,
bajo el suave parpadear de los luceros
incendiaba con su magia las pasiones
de los bogas, pescadores y vaqueros,
pero el gallo dio las cuatro y Juana Rosa
a su rancho se marchó por el sendero,
muy cansada, sigue errante, sudorosa,
las palomas de su pecho se fundieron.
Juana Rosa Manzano, cumbiambera soberana,
Rosa Manzano, estrella de la mañana. (bis)
Fandango o Cumbiamba sin Justiniana, no era fiesta. Así como la lucha por la vara de premios, la competencia de nado en el río Magdalena, los torneos de boxeo y la carrera de sacos que se hacían en las fiestas paganas de la celebración del día de la Virgen de la Candelaria, eran apenas competencias de aficionados sin la Caneca o Machorra, así cualquier fiesta popular era una danza sin velas encendidas sin Justiniana. -"La buena bailarina de cumbia avanza en su danza sin levantar los pies del suelo y moviendo cadenciosamente la cadera, en la mano el paquete de esperma encendido y un aire de majestuosidad que no se aprende, sino que nace con una"- decía a cuantos la quisieran escuchar, -"Miren estos movimientos, miren esta cadera, miren mi cara..."- enseñaba Justiniana a todos los que quisieron aprender a bailar con ella. Era incansable. Bailaba toda la noche sin descansar, consumiendo paquete de esperma tras paquete de esperma. Yo no sé si la esperma derretida que caía en sus manos la quemaba o no. Ella bailaba extasiada por el llamador, por el tambor mayor, por el guache y, especialmente, por la flauta'e millo que la transportaba yo no se adonde. Sí era elegante llevando su chaza en la cabeza, en la cumbiamba era majestuosa, inconmensurable...
Los muchachos íbamos a todos estos eventos, además de a berrochar, a ver bailar a Juana Rosa, a Genoveva, a Justiniana, a la Copona, a Juanchito -el cumbiambero del barrio El Banquito-, al burrito Arias, Amaranto de León, el único magnifico acordeonero del pueblo, a Félix Mozo y a otros que no recuerdo su nombre. Allí aprendíamos los secretos de nuestros bailes y nuestra música. Transcurrieron años y años. Fuimos creciendo. Siempre le comprábamos dulces a Justiniana. Ella vivía de su negocio y nosotros éramos felices. Su fama de peleadora parlanchina fue creciendo hasta el punto que en la plaza del Palacio Municipal levantaron en granito pulido un obelisco que la gente dice es la lengua de Justiniana y llega más arriba del cuarto piso. Seguimos creciendo y salimos del pueblo a seguir nuestros estudios. Unos a Bogotá, otros a Tunja, Ocaña, Barranquilla. Mis hermanos y yo, a Santa Marta. Después de muchos años sin ir al pueblo, regreso y lo primero que se me ocurre preguntar a mi hermano es. -"Joselito, qué hay de Justiniana?" -"Por ahí está. Ya no vende dulces. Ahora tiene una casa de putas".
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