Se desconoce la edad que tiene este personaje que ha sepultado más de ciento ochenta mil años de vidas, durante su actividad macabra, ejercida ininterrumpidamente en sesenta años; si consideramos a cien personas fallecidas anualmente, con edad promedio de treinta. Y no existe persona alguna, en el pueblo, a quien este hombre no haya tendido su brazo en señal de condolencia, antes de arrojar en la sepultura los primeros terrones de tierra removida por sus manos fatigadas. Cuando las lágrimas empañan los ojos y la visión se hace indecisa, vemos una figura pequeña y encorvada que avanza con pasos temblorosos hacia los deudos y la concurrencia facilita los medios porque después del muerto, es él la segunda importancia. Hay quienes retroceden ante la mueca sin dientes de su boca y el único ojo pitañoso que le queda, porque parece la misma muerte que saliera de la tumba recien abierta.
Sin embargo, es "Catabrito" que inicia el ritual lúgubre del enterramiento. Entonces, cambia su actitud sosegada por una diligente actividad, y da codazos y empujones a su derredor para facilitar su tarea, y cuando se siente desfallecido, se retira a una tumba cercana para apurar un trago fuerte de "ron caña", el elixir de su larga vida que lo acompaña en todas las horas. Sólo aquellos jurados de votación que ejercen a regañadientes el oficio de control democrático en las elecciones populares, conocen el verdadero nombre de este hombrecillo de los muertos, porque su vida discurre, tan sólo, entre sepulcros y cementerio.
Tomado de "Historia Municipal de El Banco"
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